8 de enero de 2012

Si nada es imposible, y yo estoy haciendo nada...
¿Entonces estoy haciendo lo imposible?

7 de enero de 2012

Justo en aquel momento.

Si el día anterior a aquel, alguien me hubiese dicho que justo en esa tienda conocería a la persona con quien querría pasar el resto de mi vida, probablemente le habría tirado algo a la cabeza. Pero en ese momento, justo en ese instante en el que todos estos pensamientos rondaban por mi cabeza, él estaba allí, en la otra punta del pasillo. Mirándome con aquellos ojos vedes en los que me gustaría dormir. En ese momento no me planteé siquiera la posibilidad de acercarme a hablar con él. Yo no era de aquellas chicas que iban pidiendo nombres allá donde fuesen, no. Yo era más bien de aquellas que se quedaban en una esquina mientras todos encontraban a su pareja ideal. Sí, exacto, esa era yo. Así que mientras él miraba la sección masculina, yo miraba la femenina, siempre intentando que nuestas miradas no se cruzasen. Bolsos, camisetas, pantalones, pijamas... No era eso lo que yo quería. Yo quería algo más especial: lo quería a él. Pero eso daba igual ahora. Me alargué para coger uno de los cinturones que había en un estante, pero justo en ese momento una mano pasó por encima de la mía y lo cogió antes que yo. Di media vuelta para ver al ladrón de cinturones y, justo ahí, con una sonrisa enorme en la cara, estaba él. Iba a decir algo, pero todo lo que salió de mi boca fue un suspiro.
- Perdona, ¿Lo quieres? Es que como te he visto estirándote y eso, he pensado que...
- ¡No, no! Genial. No llegaba, así que... Gracias- le sonreí y le cogí el cinturón de las manos.
Me di la vuelta y seguí ojeando la ropa. Me había bloqueado. En ese momento no sabía exactamente qué estaba haciendo. Solo sabía una cosa: él estaba allí. Noté un toquecito en el hombro y me di la vuelta. Ahí seguía.
- Oye... perdona si te molesto, pero... ¿Podrías decirme cómo te llamas?- asentí y le di mi nombre.
Empezamos a hablar y a sonreír. Nos paseamos por la tienda mientras nos contábamos qué hacíamos allí. Él había venido con su hermana pequeña y su padre para comprarle un regalo de cumpleaños a su made, y yo estaba allí simplemente porque mi mejor amiga me había dejado plantada y no tenía nada que hacer. En ese momento me di cuenta de que no sabía cómo se llamaba, así que se lo pregunté.
- Es verdad, no te lo había dicho. Me llamo Sergio Fe...- una voz detrás de él le interrumpió.
- ¡Sergio, nos tenemos que ir ya!- un hombe de unos cuarenta años le esperaba en la puerta sonriendo- ¿Qué, ligando?
- Em... ¡Ya voy, papá!- me miró- Ha sido genial conocerte, espero que nos volvamos a encontrar ¡Hasta otra!- y se fue corriendo.
Y así fue como perdí a quien debería haber sido la persona que pasaría el resto de su vida conmigo. No sabré nunca su apellido, pero siempre recordaré sus ojos. Verdes y profundos. Y siempre le recordaré a él como la persona más maravillosa del mundo.
Si quieres que te roben el corazón, enamórate de un traficante de órganos.